Muy pocas personas, o tal vez ninguna, nos contradecirían si afirmamos que la responsabilidad de un padre o madre de familia y de cada docente o adulto significativo, es contribuir al desarrollo máximo de las capacidades del niño y de la niña, y acompañarlos amorosamente en su proceso vital. Una manera agradable y efectiva de lograrlo es jugando con ellos, pues el juego se constituye en una actividad innata y fundamental para el desarrollo de los seres humanos, incluso, lo vemos en otras especies de animales: ¿quién no ha visto el jugueteo de un cachorro, como por ejemplo, de los perros o de los gatos?

Lo interesante es que el juego estimula todas las dimensiones del desarrollo humano en los niños y las niñas: lo corporal, lo cognitivo, lo afectivo, lo comunicativo, y por supuesto, la dimensión lúdico estética. Entendemos la lúdica en referencia a las experiencias personales de disfrute, goce, alegría y creación. En este sentido, todo juego ha sido pensado para ser lúdico, pero no todo lo lúdico es juego. La lúdica no se agota en los juegos pues se expresa en actividades tan diferentes como bailar, pasear, trabajar con agrado, leer, tomar fotografías, etc.
La importancia del juego ha sido exaltada por diversos autores de variadas ramas; por ejemplo, Montessori (1967) lo exalta como principio de la educación al afirmar que se aprende jugando; Piaget (1976), por su parte, establece que el juego es un verdadero revelador del grado de evolución mental especialmente en la niñez, y para Nimnicht & Arango (1991) es claro que el juego ofrece una forma excelente de ayudar a los niños y niñas a aprender y desarrollar un auto-concepto realista, pues a través de él pueden ganar confianza en sí mismos, arriesgarse a experimentar y reconocer sus propias capacidades y limitaciones.
Adicionalmente, cabe mencionar que el juego es incluido en el artículo 31 de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, el cual reconoce el derecho del niño y la niña al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes.
Para concluir, podemos decir que el juego es un fin y un medio en el desarrollo de la niñez porque:
- Promueve espacios de aprendizaje donde los niños y las niñas se sienten cómodos y confiados
- Es una actividad que disfrutan y en la que participan naturalmente
- Es una oportunidad de encuentro divertido y amoroso entre los niños y las niñas, y los adultos que los acompañan
Finalizando, resaltamos que el juego “es una posibilidad de desarrollo de potencialidades a través de una ejercitación placentera y espontánea; es expresión de ideas, sentimientos y fantasías; es elaboración de temores, angustias, ansiedades; es, en definitiva, actividad creadora.» (Arango, 1991).